En algún momento de la historia, allá por las lejanas tierras de oriente, comer con palillos se convirtió en algo moderno. Fue al pasar de comer con la mano a utilizar estos utensilios cuando se produjo un refinamiento en las personas que fueron adquiriendo este hábito.
Está claro que unos utensilios, a simple vista tan sencillos, no pueden revelarnos toda la forma de ser de un continente, pero sin duda sí nos dicen algo importante sobre la cultura de un pueblo, que siendo tan supersticioso como es, dota a estos palillos de un misticismo y una carga cultural que los trasciende. Por ejemplo, como tradicionalmente en los funerales se encienden inciensos clavados en un bol para honrar a los muertos, el acto de clavar los palillos en el arroz, por su semejanza con este rito, es visto como una falta de respeto y no es aceptado.
En “El imperio de los signos”, un estudio sobre Japón de 1970 Roland Barthes observando puestecillos de comida del Mercado Flotante de Bangkok, con sus coloridos platillos, e ingredientes pequeños y delicados, definió parte de este arte: Los palillos, dice Barthes, dividen, separan, alejan, rodean, en lugar de cortar y pinchar a la manera de nuestros cubiertos; jamás violentan el alimento: o bien lo desenredan poco a poco (en el caso de las hiervas), o bien lo deshacen (en el caso de los pescados y las anguilas), reencontrando así las fisuras naturales de la materia.
En todos los gestos que implican, los palillos se oponen a nuestro cuchillo (y a su sustituto predador, el tenedor): son el instrumento alimentario que se niega a cortar, tronchar, mutilar […]. Gracias a los palillos la comida deja de ser una presa, y se convierte en una sustancia armoniosamente transferida; transforman la materia, previamente dividida, en comida de pájaro y el arroz en oleada de leche; maternales, que remiten incansablemente al gesto de las aves cuando dan de comer con el pico a sus polluelos.
Asía reconforta los sentidos a través de sus olores colores sabores y tradiciones que tan poco tienen que ver con nuestro racional carácter occidental. Nos va envolviendo en ese fino hilo de seda y sin caer en la cuenta se produce lo inesperado, nuestra metamorfosis. Al volver reparas en mil detalles que te transportan a rincones de tu viaje. Uno de ellos, sin duda, es utilizar los palillos.
Seguramente la situación que estamos viviendo cambie muchos hábitos de higiene en el mundo… pero seguro que los palillos siguen resistiendo y mostrándonos a través de la forma de comer un trocito del alma de Asia. Viajar es comer… y comer es viajar.