Islandia es un país que sorprende, incluso antes de pisarlo. Basta una mirada al mapa geológico para entender que este territorio no es como los demás. Aquí la tierra se abre, se mueve, tiembla y vuelve a nacer. Bajo sus glaciares inmensos y sus paisajes de hielo sopla un corazón de fuego. Un mundo subterráneo que jamás descansa y que, de vez en cuando, te recuerda que estás caminando sobre una isla joven, indómita, vibrante… Porque, en Islandia, el subsuelo tiene voz.
Y es que la paradoja islandesa conquista desde el primer paso. Un país frío, recubierto de nieve y atravesado por ventiscas, pero con el suelo caliente. Un territorio donde puedes estar rodeado de montañas congeladas mientras un géiser explota a tu lado o un río humeante te invita a bañarte. Ese carácter volcánico de Islandia no es solo un fenómeno natural, sino un rasgo identitario. Aquí, el fuego crea. Es el elemento que explica su historia, su paisaje y en parte también su manera de vivir. Por eso, desde Planes con Duende, entendemos un viaje a Islandia como un aprendizaje de que la Tierra está viva…
Paisajes que cuentan historias de fuego y hielo
Recorrer Islandia es leer un libro abierto de geología. Donde otros destinos esconden sus orígenes, aquí todo está a la vista: cráteres gigantes, columnas de basalto, campos de lava que parecen mares petrificados, montañas creadas por erupciones submarinas… Nada es casual.
En la región de Mývatn, por ejemplo, el paisaje es una película de ciencia ficción. Los pseudocráteres formados por explosiones de vapor, las fumarolas de Hverir o las capas de lava que aún huelen a azufre recuerdan que este pedazo de Islandia nació en un caos magnífico. Caminas por senderos donde el suelo aún está caliente y escuchas cómo el barro burbujea como si estuviera cocinando algo milenario.

Más al sur, el valle de Þórsmörk y sus alrededores narran la historia del eterno pulso entre fuego y hielo. Allí, hace apenas unos años, la erupción del Eyjafjallajökull (la que paralizó cielos en toda Europa) dejó capas de ceniza que contrastan con el blanco inmenso de los glaciares. Es un paisaje poderoso, casi emocional. Un recordatorio de que Islandia es un territorio en constante transformación.

Y luego está el Museo LAVA Centre, el Fagradalsfjall y los campos recientes de la península de Reykjanes, donde la tierra ha vuelto a abrirse hace muy poco. Si tienes la suerte de visitar la zona tras una erupción reciente, sientes que estás caminando sobre un planeta recién creado. El olor a roca nueva, la textura áspera bajo las botas, la línea roja aún visible en algunos puntos…

Baños entre vapores en Islandia
En Islandia, la geotermia no solo se observa; se disfruta. Bañarse en aguas calientes al aire libre, mientras el viento frío roza la cara, es una de las experiencias más auténticas que puedes vivir en este destino. Y aunque el Blue Lagoon sea el nombre más conocido, hay un mundo entero de piscinas naturales que guardan el encanto silencioso y sincero del país.
Por ejemplo, las aguas termales de Reykjadalur, en el sur. Para llegar a ellas hay que caminar entre montañas que humean, hasta llegar a un río caliente donde puedes elegir la temperatura moviéndote unos metros arriba o abajo. Un entorno único y fascinante donde solo naturaleza, calor y esa sensación de estar exactamente donde deberías estar.

Más al norte, las piscinas termales de Mývatn Nature Baths ofrecen un ambiente más tranquilo que el Blue Lagoon, rodeado de lava negra y con un horizonte que parece infinito. Al caer la tarde, cuando el vapor se mezcla con la luz, entiendes por qué Islandia es un país donde la tierra respira.

Y luego están esos lugares casi secretos. Hrunalaug, una pequeña piscina de piedra escondida entre prados. Krossneslaug, a orillas del mar en los Fiordos del Oeste, donde puedes bañarte calentito mientras el Atlántico ruge a unos metros. O Gudrunarlaug, una réplica histórica con forma de pozo vikingo. Cada una de estas aguas es un abrazo geotérmico, un hogar temporal para el cuerpo y el alma. Con lugares así, Islandia enseña que el verdadero lujo está en esos baños sencillos donde solo escuchas el viento y el burbujeo de la tierra.

El respeto por la energía de la tierra
Por otra parte, vivir en Islandia es convivir con una fuerza natural que nunca descansa. Esa convivencia ha generado una cultura de respeto, cuidado y equilibrio. Y es que no se trata de dominar a la tierra, sino de aprovechar lo que ofrece sin dañarla. Porque la energía geotérmica no es solo un recurso; es parte de la identidad islandesa.
De esta forma, la mayor parte de los hogares del país se calientan con agua caliente que brota del subsuelo. Además, los invernaderos funcionan con luz y calor geotérmicos, lo que permite cultivar tomates o pepinos en pleno invierno. Incluso algunos caminos se descongelan gracias al calor interior de la tierra. Es así como Islandia ha aprendido a vivir en armonía con su geología, a transformarla en bienestar sin convertirla en explotación.

Este enfoque genera una filosofía preciosa. Cada fuente caliente, cada grieta humeante y cada géiser es un recordatorio de que la tierra da, pero también marca sus límites. Por eso, como viajero, sentirás que estás en un país que escucha a su naturaleza. Que la valora. Que la protege. Y ese respeto se contagia. Cuando caminas por un campo de lava reciente o cuando te bañas en una piscina natural. Una relación humilde que forma parte de lo que hace este viaje tan especial.
Ese poder volcánico que tiene Islandia es un recordatorio de que la Tierra está muy viva. Aquí el paisaje cambia, crece, se transforma… Lo que hoy es roca negra mañana puede ser un nuevo valle. Lo que ayer era un campo de musgo puede recibir una capa de ceniza. Todo está en movimiento. Y por eso viajar por tierras islandesas es más que simplemente recorrer un país. Los volcanes, las aguas termales, la energía que brota del subsuelo… Todo forma parte de una misma historia, la de una isla que no deja de crear. Por eso, de tu viaje a Islandia volverás con algo más que fotos. Vuelves con la certeza de que el planeta es mucho más poderoso, y hermoso, de lo que imaginamos. Y con la sensación de haber descubierto un lugar donde la tierra habla… Por todo eso, Islandia es un destino que se siente.







