Brasil no solo se escucha, se baila o se admira… ¡Brasil se saborea! Entre aromas tropicales, fuegos lentos y recetas milenarias, el país más grande de Sudamérica invita a descubrir su alma a través del paladar. Cada bocado revela un fragmento de su historia, una mezcla de raíces indígenas, influencias africanas y herencias europeas que, como su gente, se funden sin perder su esencia. Y es que, en un destino donde la música se siente en la piel, la cocina también tiene ritmo. Un compás propio que habla de mestizaje, de abundancia y de la alegría de compartir.
Viajar por Brasil es también recorrer sus mesas. Es más, cada región guarda sabores que se preparan con orgullo y se ofrecen con una sonrisa. Hay platos que reconfortan y otros que sorprenden, pero todos comparten algo: esa calidez que convierte la comida en encuentro, y el encuentro en celebración. Por eso, desde Planes con Duende, consideramos que comer en Brasil no es un acto cotidiano, sino una manera fidedigna de entender la vida.
De la feijoada al acarajé
La cocina brasileña es un espejo de su historia. Cada sabor, cada técnica, cada plato cuenta el paso del tiempo y las manos que lo moldearon. Africana, portuguesa, indígena, amazónica… Brasil se cocina a fuego de mezcla, y en sus fogones se siente ese mestizaje que también define su cultura. Uno de los platos más emblemáticos es la feijoada. Este guiso espeso de frijoles negros, carnes ahumadas y chorizos es toda una tradición dominical. Una reunión de familia. Un símbolo carioca. Esta afamada receta nació en tiempos coloniales, cuando los esclavos aprovechaban los restos de carne para cocinar con frijoles.

En la zona de Bahía, la herencia africana impregna cada receta, y los aromas de coco, cilantro y dendê (aceite de palma) inundan los mercados. La moqueca bahiana, un estofado de pescado o mariscos con leche de coco, cebolla, pimiento y dendê, se prepara a fuego lento. Y el acarajé, una de las joyas de la cocina callejera brasileña, es casi un ritual: bolitas fritas de frijol carita, abiertas y rellenas de gambas, vatapá (crema de pan, maní y leche de coco) y caruru (ocra con especias). Detrás de ese sabor intenso está el alma del candomblé, la espiritualidad afrobrasileña que sigue viva en los mercados de Salvador.

En el sur, el fuego cambia de forma, pero no de fuerza. El churrasco gaúcho (carne asada en espetos giratorios sobre brasas) es un homenaje a la abundancia y a la hospitalidad. En los rodízios, los camareros van sirviendo cortes sin fin hasta que uno dice basta. Pero más allá del banquete, lo que importa es la reunión: comer juntos, compartir el asado y celebrar todo lo bueno. Y si el sur huele a carne, el norte amazónico huele a tierra húmeda y a río. Allí, ingredientes únicos como el tucupí (una salsa fermentada de yuca brava) o el jambu (una hierba que adormece la lengua) dan lugar a platos tan exóticos como el pato no tucupí, símbolo de Belém. En esta región, comer es un acto de conexión con la selva, con sus ríos y con las comunidades que desde siempre han vivido de ella.

El café, aroma de tierra y tradición
Decir café en Brasil es hablar de historia, paisajes y pasión. No hay aroma que defina mejor el país que el del grano recién tostado al amanecer. Porque este destino no solo produce café, sino que lo vive. De hecho, desde el siglo XIX, este ha sido su motor económico, símbolo de identidad y ritual cotidiano. En regiones como Minas Gerais, São Paulo o Espírito Santo, las plantaciones cubren colinas verdes que se extienden hasta donde alcanza la vista. En ellas, familias enteras cultivan y procesan el café siguiendo tradiciones que pasan de generación en generación. Por eso, visitar una hacienda cafetera es un viaje al corazón de esa cultura.
Además, en Minas Gerais, los pequeños productores están recuperando métodos artesanales y sostenibles que buscan reconectar el café con la tierra. Mientras que en lugares como Carmo de Minas o Serra da Mantiqueira, podrás caminar entre cafetales, participar en catas y descubrir que detrás de cada taza hay mucho más que cafeína. Hay paisajes, trabajo, y una profunda relación con el entorno.

Y es que, en Brasil, el café no se bebe solo, se comparte. Es la excusa perfecta para conversar, para detener el tiempo, para abrir la puerta al otro… En cualquier rincón del país (desde una cafetería en Belo Horizonte a una casa humilde en el interior de Bahía) ofrecer un café es una muestra de afecto. Podría incluso decirse que hay algo casi poético en ese gesto cotidiano. Porque, al final, el café brasileño no es solo una bebida; es un símbolo de comunidad, una forma de hospitalidad y una manera de decir “bem-vindo”.

Comer con la gente en mercados y puestos de Brasil
Ahora bien, si hay un lugar donde realmente se entiende la cocina brasileña, no es en los restaurantes de lujo, sino en las calles, en los mercados y en las cocinas familiares. Brasil se come entre risas, al aire libre, con música de fondo y platos que pasan de mano en mano. En los mercados de São Paulo, como el famoso Mercadão Municipal, los colores y los aromas forman un espectáculo sensorial. Los vendedores ofrecen frutas tropicales como açaí, cupuaçu, graviola, cajú… El aire huele a pastel de bacalao, a zumo fresco y a especias. Por eso, comer en ese entorno no es solo probar; es mirar, escuchar y participar del bullicio.

En las playas, los puestos callejeros son parte del paisaje. Desde una caipirinha bien fría hasta un bolinho de peixe o un milho asado, cada bocado sabe a mar y a sol. En Salvador, las baianas con sus vestidos blancos preparan acarajés en sus canastos; en Río de Janeiro, los vendedores ambulantes pasan con queso coalho a la parrilla, rociado con miel. Todo es improvisación. Y todo es sabroso.
Por otra parte, en los pequeños pueblos de Minas Gerais aún se preparan dulces caseros con guayaba o leche condensada; en el Nordeste, el pan de queso recién horneado acompaña el desayuno; y en la Amazonia, las sopas y caldos se sirven al atardecer como gesto de cariño. Esto también forma parte de la gastronomía brasileña; el hecho de disfrutar de sus platos de una manera más casera. Ahí reside el auténtico Duende de comer en Brasil.

Al final, viajar por Brasil es una experiencia que se queda no solo en la memoria, sino en el paladar. Porque su gastronomía no busca deslumbrar con sofisticación, sino emocionar con autenticidad. Cada plato, cada ingrediente y cada gesto alrededor de la mesa cuenta una historia de mezcla, de resistencia y de celebración. Y es que comer en Brasil es entender que la alegría también se cocina. Que el sabor del país está en su diversidad, en sus raíces, en su gente… En un mundo que a veces olvida el valor de lo sencillo, Brasil recuerda que saborear la vida es su arte más grande.







