Cuando pensamos en China, a menudo nos vienen a la cabeza imágenes de rascacielos futuristas, la Gran Muralla o templos antiguos donde habitan monjes, envueltos en el humo del incienso. Y si hablamos de su gastronomía, muchos se quedan en los típicos rollitos de primavera, el arroz frito o el cerdo agridulce que sirven en los restaurantes chinos de cualquier rincón del mundo. Sin embargo, viajar a China es descubrir que esa cocina que creemos conocer es solo la puerta de entrada a un universo mucho más amplio, más complejo y emocionante. Porque comer en China es una experiencia cultural en sí.
En Planes con Duende pensamos que, para conocer un país, hay que sentarse a su mesa. Y en China, esa mesa cambia de forma, de sabor y de ritual según la región en la que te encuentres. ¡Hay tanto que probar! Cada bocado cuenta una historia y cada plato revela una forma de entender la vida. Por eso, queremos llevarte más allá del menú estándar y abrirte las puertas a una China que se degusta, se huele, se comparte.
Una diversidad que conquista el paladar
La cocina china no es una, sino muchas. Es el reflejo de un país inmenso, donde el clima, la geografía y la historia han dado lugar a estilos culinarios profundamente diferentes. Se suele hablar de las “cinco grandes cocinas” como forma de agrupar esta riqueza: Cantón, Sichuan, Shandong, Huaiyang y la cocina del norte. Cada una tiene sus técnicas, ingredientes, ritmos y rituales.
En Sichuan, por ejemplo, el picante no es una cuestión de gusto, sino de identidad. Los granos de pimienta de Sichuan provocan un cosquilleo adormecedor en la lengua, mientras los guisos hierven con guindillas y ajo. ¡Comer allí es toda una explosión de sensaciones! En cambio, Shanghái prefiere los sabores más suaves y dulces, con platos como el “hong shao rou” (cerdo estofado en salsa de soja y azúcar), que se deshace en la boca. En Cantón, la frescura del producto es lo que manda, con una cocina ligera que prioriza la cocción al vapor y los sabores limpios. Mientras que, en el norte, donde los inviernos son largos y fríos, la mesa se llena de dumplings, fideos, estofados y panes cocidos al vapor o fritos. Shandong, por su parte, es la cuna de la alta cocina imperial y sus platos son refinados, sutiles y perfectamente equilibrados.

Más allá del arroz frito y los rollitos, la auténtica cocina china es profundamente regional y enormemente variada. Y cuando viajas por el país, esa diversidad se vuelve uno de los placeres más grandes del camino. Cambia el paisaje, cambian los acentos… y también los sabores.
Comer como un local en china
Una de las mejores formas de conocer la China más auténtica es salir a la calle con el estómago vacío y los sentidos bien despiertos. En este país. la comida callejera es una institución; una costumbre que forma parte del día a día y que, para los viajeros curiosos, es una puerta directa al corazón de la cultura local. No hace falta buscar mucho; en cuanto cae la tarde, los callejones se llenan de aromas, de chisporroteos, de vapor y de vida.
En Xi’an, una ciudad con alma de ruta de la seda, los mercados nocturnos son un festín multisensorial. Puedes probar desde cordero especiado a la parrilla hasta tortas rellenas de carne, pasando por dulces típicos de la etnia hui. En Chengdu, capital de Sichuan, es imposible no caer rendido ante los “chuàn chuàn xiāng” (brochetas picantes hervidas en caldo) o los fideos recién estirados a mano. Además, comer en la calle en China no solo es una opción de bajo coste, sino toda una elección con valor cultural. Aquí se come de pie, se charla con el vendedor, se comparte con el vecino de mesa de forma improvisada… Hay que dejarse llevar por el bullicio, atreverse con lo desconocido y pedir ese plato cuyo nombre no entendemos, pero cuyo olor nos conquista. Porque ahí, en esos puestos secretos que solo conocen los locales, está la verdadera esencia de la gastronomía china.



Rituales gastronómicos de China
Por otra parte, en China, comer no es simplemente ingerir alimentos. Es compartir, celebrar, honrar a los antepasados o estrechar lazos. Es también una forma de arte, donde cada plato, cada utensilio y cada gesto tiene un significado. No hay mesa sin historia, ni comida sin ritual. Uno de los más delicados es el del té, un universo en sí mismo. La ceremonia del té chino no tiene la solemnidad japonesa, pero sí una profundidad estética y espiritual que cautiva. Desde la elección de las hojas hasta el tipo de agua, pasando por la tetera adecuada y los movimientos precisos al servir, todo forma parte de una coreografía tranquila que invita a la contemplación y la conversación.
El “dim sum”, en cambio, es pura alegría. Originario de Cantón, este ritual matutino reúne a familias y amigos en torno a mesas giratorias llenas de pequeños platos al vapor, fritos o dulces. Aquí lo importante es compartir, probar un poco de todo y disfrutar sin prisas. Y en otras regiones, el “hot pot” es la estrella. Una olla de caldo humeante en el centro, ingredientes frescos alrededor y cada comensal cocinando su propio bocado. Es una comida que exige presencia, participación, diálogo… Como muchas otras comidas chinas, se sirve al centro, con platos comunes para que nadie se quede sin probarlo todo. Porque en China, comer juntos es estar juntos.



Viajar por China a través de su gastronomía es una de las experiencias más ricas y transformadoras que puedes vivir. Más allá de las diferencias culturales o lingüísticas, sentarse a la mesa abre puertas, despierta curiosidades y crea conexiones. Y en un país tan extenso y diverso como China, cada comida es una oportunidad para entender un poco mejor su alma. Todo es un patrimonio vivo, que se adapta y se reinventa sin perder su esencia. Y lo mejor de todo es que, estés donde estés, siempre hay algo nuevo que probar; un aroma que seguir o un gesto que imitar. Porque en China, el viaje nunca termina, especialmente si lo haces entre palillos y aromas.