Borneo es una isla de ensueño, donde la naturaleza se despliega en todo su esplendor. Un lugar donde el verde no es solo color, sino atmósfera; donde el agua y la tierra se abrazan formando un ecosistema tan frágil como poderoso. Malasia, Brunéi e Indonesia comparten este territorio, pero es en su lado indonesio (la vasta región de Kalimantan) donde la selva respira con más fuerza. Ahí, los ríos siguen siendo carreteras vivas y las miradas de sus habitantes conservan un brillo ancestral.
La selva es protagonista; los árboles se alzan como catedrales naturales, las raíces se enredan como si tejieran secretos y el aire lleva consigo una humedad que acaricia la piel. En Kalimantan, los sonidos te envuelven. El canto de los insectos, el crujido de las ramas, el aleteo de un pájaro … y, a veces, un silencio de lo más denso que te atrapa. Viajar por el Borneo indonesio es dejar que el tiempo lo marque el río y que las distancias se midan en historias, no en kilómetros. Es un viaje que no solo se ve; se respira, se toca, se escucha y se siente.
Viajar en klotok por Tanjung Puting
Si existe una puerta de entrada al alma del Borneo indonesio, esa es el Parque Nacional Tanjung Puting. Ubicado en el sur de Kalimantan, es un santuario de biodiversidad y uno de los mejores lugares del planeta para ver orangutanes en libertad. Además, llegar hasa ahí supone todo un ritual. La aventura comienza en Kumai, un pequeño puerto desde donde parten los klotoks, que son barcos de madera tradicionales que se convierten en casa, medio de transporte y mirador durante varios días. Subirse a un klotok es entregarse al ritmo que marca el río. No hay carreteras ni atajos; solo corrientes que serpentean entre manglares y selva primaria.

Mientras el barco avanza lentamente, la vida se despliega en las orillas. Monos narigudos saltan de rama en rama. A veces, algún cocodrilo se asoma entre las aguas tranquilas. El aire está impregnado de aromas húmedos, de hojas y flores que apenas conoces, y cada curva del río es una promesa de sorpresa. Tanjung Puting no se recorre de prisa. Los días se marcan por las paradas en campamentos de rehabilitación de orangutanes, senderos que se adentran en la selva y noches en cubierta, bajo un cielo tan estrellado que cuesta creer que sea real. Y, para enriquecer aún más la experiencia, la sensación de dormir sobre el agua, con el murmullo del bosque de fondo.



Encuentros que marcan en el Borneo indonesio
Hay experiencias de viaje que te alegran, otras que te sorprenden y unas pocas que te cambian. Ver un orangután en libertad pertenece a esta última categoría. Y es que no se trata solo de su tamaño o de su pelaje rojizo. Es la mirada. Profunda, inteligente, casi humana… Una mirada que parece atravesarte, que no se apura y que lleva en sí siglos de adaptación, supervivencia y fragilidad. En ese instante, uno deja de ser un simple observador para convertirse en parte de un intercambio silencioso.
En Tanjung Puting y otras áreas protegidas de Kalimantan, estos encuentros ocurren a su debido tiempo. A veces, es en una plataforma de alimentación; otras, en un claro del bosque. El corazón late rápido, pero lo que queda no es adrenalina, sino una mezcla de emoción y humildad. Porque frente a un orangután en su hábitat, uno entiende lo mucho que está en juego. Su población ha disminuido drásticamente por la deforestación y la caza furtiva. Estar tan cerca y mirarlo a los ojos despierta algo en ti. No es solo un privilegio; es una responsabilidad. Y ese instante se queda contigo.



Comunidades locales y vida fluvial
Borneo no es solo selva y fauna; es también hogar para comunidades que han aprendido a vivir en equilibrio con este entorno exuberante y exigente. A lo largo de los ríos, las aldeas se asoman como puntos de color entre el verde: casas de madera sobre pilotes, pequeños muelles donde los niños juegan, mercados flotantes donde las barcas son tiendas ambulantes… Pasar una noche en una casa flotante o en un alojamiento gestionado por familias locales es abrir una ventana a otra manera de entender el día a día. Aquí, la vida se organiza en función del río; el transporte, la pesca, el baño, incluso las celebraciones…
Compartir una comida en estas comunidades es un acto de hospitalidad genuina. No hay menús ni horarios. Te sirven lo que hay, con generosidad y orgullo. Pescado recién sacado del río, arroz cocinado con hierbas de la zona, frutas tropicales de lo más llamativas… Y, cómo no, entre bocado y bocado, pese a la dificultad del idioma, las conversaciones pueden fluir. Además, en estas aldeas, el turismo no es espectáculo, sino intercambio. Aportas presencia, interés y respeto, mientras que los locales te ofrecen historias, enseñanzas y una forma de vida que, aunque amenazada por la modernidad, sigue latiendo con fuerza.



Viajar al lado indonesio de Borneo no es simplemente visitar un lugar; es sumergirse en un universo distinto. Un mundo donde el tiempo lo marca el fluir del río, donde la selva dicta las reglas y donde los encuentros (con orangutanes, con comunidades y con uno mismo) dejan huella. Es un viaje que te recuerda que la naturaleza está ahí para ser entendida y cuidada. Y que los destinos no se miden por la cantidad de fotos que puedes tomar, sino por la profundidad de las emociones que despiertan.
En Kalimantan, cada amanecer sobre el río, cada mirada de un orangután, cada conversación junto a un fuego, es un recordatorio de lo pequeños que somos y de lo grande que es el mundo. Por eso, desde Planes con Duende, animamos a descubrir este rincón de Indonesia a quienes saben escuchar los lugares; a quienes buscan más sentir que ver. Porque Borneo, con su verde infinito, sus ríos vivos y sus miradas profundas, no se visita; se vive. Y una vez lo vives, se queda contigo para siempre.