Conducir por Sudáfrica no es simplemente desplazarse de un punto a otro. Se trata de vivir un viaje en sí mismo. Las carreteras aquí no son solo asfalto, pues narran historias. Con cada curva, cada parada y cada paisaje que se abre frente al parabrisas, Sudáfrica va revelando un mosaico de colores, aromas y encuentros que difícilmente se podrían experimentar de otra manera. Al volante, el país deja de ser un mapa turístico para convertirse en un viaje íntimo y auténtico, donde lo inesperado tiene tanto valor como lo planificado.
Aquí no vamos a hablar de la típica “Garden Route” ni de llegar de Ciudad del Cabo al Kruger siguiendo el manual del viajero clásico. En Planes con Duende queremos hablarte de cómo Sudáfrica al volante se disfruta de otra manera; de una forma en la que te revelará todo su Duende.
Perderse por carreteras secundarias para encontrarse
Lo bonito de conducir en Sudáfrica no es siempre recorrer una autopista bien trazada o seguir las rutas más famosas. El encanto también está en tomar un desvío, de esos que parecen no llevar a ninguna parte, y descubrir un pedazo de mundo que te hace sentir afortunado por haberte “equivocado”. En la Ruta 62, por ejemplo, muchos viajeros se limitan a pasar de largo hacia Oudtshoorn y sus avestruces. Pero basta con desviarse hacia pueblos como Barrydale o Montagu para descubrir un ritmo distinto; desde cafés familiares que sirven tartas caseras de albaricoque hasta galerías de arte improvisadas en antiguas gasolineras.

Otro ejemplo está en el Karoo, esa vasta región semiárida que a primera vista puede parecer vacía, pero que encierra gran parte del alma de Sudáfrica. Conducir por sus carreteras secundarias significa pasar por pueblos como Nieu-Bethesda, donde el tiempo parece haberse detenido, y visitar el “Owl House”, un museo al aire libre lleno de esculturas en el que el arte y la vida cotidiana se entrelazan de forma sorprendente.



También en la costa, más allá de la famosa Garden Route, pequeños desvíos te llevan a lugares como Arniston, un pueblo pesquero blanco y azul que suele pasar desapercibido, pero que guarda cuevas marinas, playas desiertas y mucha sencillez. En carreteras secundarias como estas es donde Sudáfrica te recuerda que el viaje no está en la meta, sino en lo que ocurre cuando te atreves a salir del camino trazado.



Un paisaje cambiante: del océano a la sabana
Pocos países del mundo ofrecen tanta diversidad de paisajes en tan pocos kilómetros como Sudáfrica. Al volante, esto se traduce en algo mágico. Y es que, en cuestión de horas, puedes tener ballenas saltando en el horizonte, jirafas cruzando un sendero polvoriento y montañas verdes en el retrovisor. Imagina salir por la mañana desde Hermanus, famoso por sus ballenas francas australes que se ven desde la carretera costera. Tras un par de horas de conducción hacia el interior, ya te encuentras rodeado por viñedos en el valle de Franschhoek, donde el aire huele a tierra fértil y a vino recién fermentado. Y si sigues rumbo al norte, de pronto todo cambia, pues el verde da paso a los tonos dorados y secos de la sabana, donde las acacias marcan el horizonte.



Otro ejemplo único es la transición entre la costa salvaje del Eastern Cape y los parques del interior. En apenas medio día de viaje puedes pasar de playas vírgenes bañadas por el Atlántico a las vastas llanuras del Addo Elephant National Park. ¡Y qué decir del Drakensberg! Conducir desde Durban hacia estas montañas es como entrar en otro país. Las cumbres nevadas en invierno parecen sacadas de los Alpes, mientras que en verano los prados verdes se llenan de flores y cascadas. Todo ello a unas pocas horas de la costa índica, donde los días son cálidos y húmedos.



Por experiencias como las mencionadas, conducir en Sudáfrica es vivir esa transformación constante.
La magia de cuando te detienes
Conducir por Sudáfrica no es un ejercicio de velocidad, ni siquiera de llegar “a tiempo”. Aquí la carretera invita a detenerse, a frenar en un mirador improvisado o a probar algo inesperado en un café perdido en medio de la nada. En el Cederberg, por ejemplo, detenerse en una granja familiar significa probar un pastel de rooibos recién horneado o un vino artesanal que nunca encontrarás fuera de la región. El simple hecho de parar en una terraza rústica, con las montañas rojizas como telón de fondo, convierte un alto en el camino en un recuerdo imborrable.



En la Wild Coast, muchas veces el viaje pide pausa. Y no porque lo diga el mapa, sino porque una vaca atraviesa la carretera o un grupo de niños juega junto al arcén saludando con entusiasmo. Frenar ahí, regalar una sonrisa o intercambiar un saludo es parte de la experiencia. O en las carreteras hacia el Kruger, donde un simple cartel puede invitarte a parar en un “farm stall” (tienda rural) y descubrir delicias locales: biltong casero, mermeladas de fruta, panes recién horneados… Lugares sencillos donde el viaje adquiere sabor.



Y es que la magia está en esas pausas que no estaban planeadas. En el mirador al que llegas por intuición y que regala un atardecer inolvidable. O en esa posada de carretera donde te sumerges casi sin darte cuenta en el día a día de los locales. Conducir en Sudáfrica es, sobre todo, aprender a “escuchar” al camino.
Así las cosas, un viaje al volante por Sudáfrica no es solo turismo; es conexión, descubrimiento y sorpresa. Conducir aquí no significa simplemente llegar a un destino, sino vivir un viaje con verdadera alma sudafricana. Un viaje de esos que se quedan grabados más allá de las fotos. Porque en Sudáfrica, como en la vida, lo mejor suele encontrarse en los desvíos y en los momentos en los que decides frenar.