El coco en la Polinesia; pasado, presente y futuro
La Polinesia Francesa es uno de los sitios más increíbles del mundo y un destino soñado por todo tipo de viajero. Tanto si se viaja a solas como en compañía, aunque resulta más ideal si cabe para los amantes de la naturaleza en estado puro y, sobre todo, de la vida marina.
Ubicado en el Océano Pacífico, casi a mitad de camino entre América del Sur y Australia, el territorio polinesio supera los 4000 kilómetros cuadrados y se reparte en 118 islas. Es posible que nuestra mente nos aporte imágenes de espectaculares playas de arena blanca, aguas cristalinas y un remanso de felicidad y desconexión. No va nada desencaminada; aunque la Polinesia esconde otros muchos tesoros y sorpresas que bien merecen ser apreciados desde el aire o bien descubiertos bajo el mar.
Islas, volcanes, selva, océano… La Polinesia es hermosa dentro y fuera del agua. Pocos rincones del planeta pueden estar a la altura de este territorio de ultramar francés. Dónde constantemente se tiene la sensación de verse rodeado de paisajes tan bellos que dejan estupefacto. Y es que, pese al contacto con múltiples civilizaciones, el paraíso polinesio ha sabido mantenerse virgen y derrochar todo su Duende.
Haciendo frente a la occidentalización
Aunque el poblamiento de estas islas comenzó a darse entre los años 1000 y 500 a. C, no fue hasta el siglo XVI que el territorio llegó a ser descubierto por exploradores europeos. A partir de entonces, la cultura y civilización polinesia comenzaron a ser conocidas para Asia, África continental y Europa. Españoles, británicos, franceses… Exploradores de todas estas nacionalidades rondaron estos atolones del pacífico.
El capitán inglés James Cook fue uno de los que más información aportó a Europa sobre estos nuevos territorios. Sus diarios son un valioso registro de la vida del siglo XVIII en el Pacífico en vísperas de la influencia occidental. Pero ni Cook ni otros muchos navegantes tuvieron la capacidad de “europeizar” y romper la pureza cultural de todo aquel monumento natural tan bello como majestuoso.
La Polinesia pasó de manos británicas a francesas, dirigiéndose con rumbo fijo a la era moderna. Pero este cándido paraíso terrenal puede presumir aún de mantenerse intacto ante los corrosivos tentáculos de la civilización. Todavía perduran las sensaciones que el pintor francés Paul Gauguin describió a inicios del siglo XX: en el momento en el que se pone un pie en este impactante escenario tropical, la civilización se aleja de uno.
El coco, producto sagrado y “divino”
Los polinesios reciben de sus antepasados una rica y expresiva cultura. Una herencia de leyendas que marcan su existencia y vida cotidiana, y que ni los colonizadores de antaño ni los modernos resorts de lujo han podido ensombrecer. Y esa tradición marcada a fuego en la Polinesia podemos verla en el que ha sido y es su principal alimento y producto: el coco.
Precisamente, al ser el coco un alimento fundamental para la alimentación, la cosmología polinesia asume como lógico que el universo estuviera contenido dentro de un coco gigantesco, siendo este el hogar de toda la humanidad. En su interior hay una serie de suelos o tierras, una encima de la otra, que se comunicaban entre sí. Y debajo del coco estaba el tallo, llamado “Caule Take”, que era la raíz de toda la existencia y la vida en el universo.
La diosa suprema Vari-ma-te-takere, creadora del universo, vivía en este tallo del coco y, a partir de su vitalidad, se creó el universo. La imagen que los polinesios conciben de esta diosa es sentada dentro del espacio confinado del coco con las piernas dobladas hasta la barbilla, indicando con su postura una condición de germinación; es decir, de creación.
Esta cosmología de la Polinesia llega a nuestros días otorgándole también al coco esa devoción tan especial, aunque con una base menos divina que lo anteriormente narrado. Y es que el coco está verdaderamente presente en la vida de los polinesios y no hay nada mejor que tomar este “sagrado” camino para empaparse de su cultura y vivirla. Disfrutar de un ambiente familiar lejos de los lujos reservados al turismo puede ser una auténtica gozada. Comer en casas autóctonas al verdadero estilo polinesio; es decir, usando de platos los cuencos de la cáscara de los cocos y comer los alimentos con las manos. Todos ellos teniendo de base la leche de coco, aliño presente en cualquier plato. Como apunte, debes saber que antes de entrar a un hogar polinesio, es obligatorio quitarse los zapatos en la entrada.
Ahora bien, si hay un lugar en la Polinesia donde los cocos toman una mayor relevancia actualmente, es en Tepoto. Este atolón pertenece al grupo de las islas de la Decepción, en el archipiélago de Tuamotu. Su gran riqueza cultural reside en el cultivo de cocos, del cual se sienten especialmente orgullosos y tratan de sacar siempre el máximo provecho. Por ejemplo, para calmar la sed, antes que agua, nada mejor que recolectar cocos bien frescos, cortarlos e hidratarse con ellos. Aparte, tanto en este lugar como en el resto del territorio polinesio, usan su más preciado producto también para hacer pan de coco, acompañante principal en muchos platos del día a día.
Conocer la historia de los pueblos polinesios puede resultar verdaderamente sorprendente, más allá de lo que habitualmente se conoce en occidente. Su rica cultura resulta todavía un misterio pese a que muchos navegantes se encargaron de extenderla a lo largo y ancho de las tierras emergidas del mayor océano del mundo, el Pacífico.
Viajar a la Polinesia, mezclarte entre sus habitantes, disfrutar de su gastronomía, conocer sus tradiciones y empaparse de su cultura aporta sensaciones únicas que pueden llegar a latir en tu interior para los restos.
Por eso, la Polinesia tiene mucho duende, más de lo que a simple vista parece.