Antes que nada, piensa en un paisaje paradisíaco.
Seguramente, una de las primeras imágenes que se te vienen a la mente es la de una isla, conformada por palafitos o bungalós, rodeada de templadas y cristalinas aguas turquesas. Sin saberlo, tu cerebro te has transportado a la Polinesia Francesa, un archipiélago del Pacífico Sur. Siendo desde el año 2004 territorio francés de ultramar, está compuesto por 118 islas y atolones, de los cuales solo 67 se encuentran habitados. Asimismo, estas islas están repartidas en cinco archipiélagos: Tuamotu, Marquesas, Gambier, Austral e Islas de Sociedad, encontrándose en esta última las islas más conocidas de Bora Bora, Moorea y Tahití (donde se ubica Huahine, a la que ya dedicamos un post en Planes con Duende).
Ya ves nombres que te suenan, ¿verdad? ¡Estupendo! Porque ahora que ya has localizado el lugar, vamos a adentrarnos en la pureza de su historia y su exotismo cultural, desconocidos para muchos. Y aquí entra en escena el ‘mana’. ¿Qué es? Ahora lo verás, pues su sentido es tan amplio que harían falta varias páginas de enciclopedia para desgranar su significado.
De forma más breve, y para hacernos una idea, el ‘mana’ es la esencia de todo; es lo que da sentido a la dualidad de la vida y de la muerte. Esta forma de entender las cosas está intrínseca en el corazón polinesio, siendo fundamental para entender la cultura del país. Y es gracias a los informes y relatos de misioneros que visitaron antaño sus islas que esta fuerza cósmica se ha dado a conocer en todos los lugares de la tierra. Uno de los primeros fue el misionero y antropólogo anglicano Robert Henry Codrington, quien en su obra The Melanesians (1891) describió por primera vez el ‘mana’ al mundo de habla inglesa.
Una fuerza vital y de espíritu que todo lo rodea
Fuerza, poder, influencia, supremacía, grandeza, soberanía, omnipotencia, prestigio, control, genio, cualidad, atributo, prerrogativa, autoridad, superioridad, nobleza, estatura, presencia, elegancia, belleza… Y así podríamos estar un buen rato, pues la lista de adjetivos con los que definir el ‘mana’ es tan grande que no basta con estos solamente.
Eso sí, el ‘mana’ no adquiere siempre el mismo concepto, sino que cada palabra hace referencia a situación determinada, a un contexto particular desde un punto de vista específico.
Desde una perspectiva etimológica, basándonos en el léxico mā’ohi, los adjetivos más fidedignos para definir el ‘mana’ son pureza (ma) y sabiduría (na / na’a). Así pues, para los polinesios, estos conceptos se fusionan de forma armoniosa en el universo. Siendo puro y sabio, el ‘mana’ estará dentro de uno mismo.
La evolución del ‘mana’
Como avanzamos antes, las primeras ideas sobre el ‘mana’ trascendieron entre los siglos XIX y XX por todo el mundo, basándose en las descripciones de Codrington, que lo presentó como una fuerza impersonal y arbitraria poseída por personas y objetos. De hecho, según este misionero, todos iban en busca del ‘mana’ para valerse de los efectos extraordinarios que producía.
Codrington puso varios ejemplos. Seres inanimados, como una piedra común, podrían tener ‘mana’; y si esta era enterrada bajo la tierra de una plantación, los cultivos crecerían mejor. Por supuesto, las personas también podían ostentar este ‘mana’, normalmente los caciques de la época y los artesanos de gran talento; mientras que los plebeyos tenían muy poco y las mujeres casi nada.
Poco después, a las descripciones de este autor hubo que añadir también las acepciones promulgadas por Edward Clodd y William White Howells, coincidiendo todos ellos en vincular el ‘mana’ con conceptos espirituales y creencias primitivas, similares a los de las tribus nativas americanas.
Sin embargo, con el paso de los años, la idea se modernizó y adquirió una connotación de cualidad abstracta. Asimilándolo a otras culturas, el ‘mana’ es un atributo de grandeza y santidad, similar al que un cristiano posee ante la cruz de Jesucristo o un budista hacia una reliquia de Buda. Por lo tanto, se toma hoy en día como una guía del comportamiento de las personas que va más allá de lo meramente material.
Como curiosidad, la banda de rock-pop mexicana ‘Maná’ tomó precisamente su nombre de esta realidad espiritual procedente de la Polinesia. La cultura occidental hacía pensar en un principio que el significado derivaba del pan caído del cielo, basándose en las escrituras del libro del Éxodo, que narraba que Dios envió este alimento a los israelitas todos los días durante los cuarenta años que deambularon por el desierto. Sin embargo, Álex González, batería del grupo, reconoció que el nombre de la banda fue tomado más bien del significado que le dan los polinesios al ‘mana’, entendiéndose como una energía positiva que tienen ciertos hombres y ciertas cosas.
El broche a un viaje místico
Disfrutar de un entorno paradisíaco como la Polinesia Francesa es un capricho que debemos darnos, al menos, una vez en la vida. Pisar por primera vez una de sus islas y que una sonriente lugareña, ataviada con su pareo tradicional, nos reciba con un ‘Ia Ora na e manava’ (hola y bienvenido), mientras nos colocan un collar de flores y conchas nos hará adoptar de primeras un cariño especial hacia sus habitantes.
Porque, además del lujo y la calma que envuelven sus islas, el calor con el que te acogen los polinesios en su archipiélago es otra de las experiencias que convierten este destino en algo espectacular e increíble.
Cuando te topes con algunos de los famosos ‘tikis’, te adentres en las cuevas de Rurutu o visites algunas de las iglesias o conventos de las islas Gambier, esa sensación de calidez que emergió al inicio del viaje recorrerá la totalidad de tu cuerpo. Todos los sentidos se activan y comienzan a conectarse de una forma mística. La esencia de la isla hará que ese sentimiento se haga cada vez más y más grande, y lo adquiramos como algo ya propio. La personalidad de la Polinesia residirá en nosotros. Y, al final del viaje, nos daremos cuenta de que todo ese misticismo era el ‘mana’.